martes, 15 de febrero de 2011

RELATOS: Papeles del Obtuso


DÍA 2 – C’est La Vie

¿Qué estaba pensando? No soy miserable. Sería un caradura si lo dijera. Para nada, para nada miserable. No puedo ni darme el lujo de serlo. La verdad es que no puedo quejarme. Nací en una familia con mucho dinero. No ricos, pero sí que pocas eran las preocupaciones en la casa. Terminé el secundario, y no sentía deseos de seguir estudiando. Nadie objetó nada al respecto y fue así como tengo muchos recuerdos del techo de mi anterior cuarto. ¿Y para qué iba a cambiar? Es imposible cambiar. Si alguien me lo hubiese propuesto, no le podría encontrar la coherencia. Hay, de todas maneras, un momento en que cambiamos: cuando ya no hay alternativa. Y en realidad no es un cambio sino una especie de rendición. Cambiamos, sí, pero porque hay que hacerlo. Y entonces deja de ser cambio, aún cuando luego intentamos mirar hacia el pasado y sonreír por ese momento, y se vuelve una carga. Soy lo mismo, pero cambió el hecho de que tengo que llevar esto. Y un cambio así, no es cambio. No digo que hay que amar el cambio, explico lo que éste es, y así detallar lo que me pasó a mí. En este caso, el cambio (con su complejidad) es otra reacción.
Como les dije, mi familia tenía pocas preocupaciones. Y yo no estaba en ellas. Puedo decir que terminé el secundario porque mandar un hijo a estudiar es algo que ya se torna obvio, y sería ilógico que no suceda. Terminé, y ya nada parecía haber más allá. “Padre, no quiero estudiar más”, dije. ¿Objetó algo? No. No le interesaba. Y no crean que esto me importaba. Planteado el tema del cambio, pregunto, ¿por qué tendría que haber sido yo “la oveja negra”, ser diferente? No estaba en mis planes. Y puedo decirles que nunca lo estuvieron. Pero lo que sí debo admitir es que cuando mi padre falleció, reaccioné. Duró más que otras, y esto es casi obvio. No soy tan frío o estúpido. Era mi padre, y había muerto. No me gustaba ni medio eso. Pero recuerden que muchas veces no es lo que pasa, sino cómo lo manejamos. Mi manera fue seria y fuerte. Y aunque de momentos me parecía haber tomado aire para dejar que todo pase, siempre concluía en que no servía porque no lo necesitaba. Llegamos del funeral, por ejemplo, y tan sólo me senté en una de las sillas del comedor, y miraba a través de la ventana. No lloré, no pensé, ni recordé los momentos felices; sí, los hubo. Mi padre no era malo (de repente pienso que me la paso mintiéndoles, o que me miento a mí mismo al decir que no soy miserable). Pude mirarlo y sonreír al mismo tiempo alguna vez.
Creo que fue después de una siesta cuando decidí irme a vivir solo, con veintitantos años. La verdad es que me aburrí y decidí ser bibliotecario. Me gustan los libros pero no creo tener talento para escribir. De hecho, escribo esto porque estos días fueron raros y en éste momento es lo que tengo en mente hacer, y si han de ver alguna habilidad, o estilo si se quiere, para la escritura es por unos años de lectura, nada más.
La cosa es que aprendí a no sentirme tan mal por la muerte de mi padre o por alguna circunstancia parecida. Con esto explico que no soy miserable. Si me siento así es otra cosa, y hasta sería por otros motivos. Mi punto es recalcar lo siguiente: una cosa es contarles las angustias que me invaden…y otra es irse al carajo. Ayer comencé por una simple oración (que debo decir me provocó cierto orgullo falaz haberla escrito) y terminé diciendo que soy miserable. Como pueden ver, parece un chiste muy malo. Si hago una descripción, ahora más tranquilo, de lo que pasó ayer, repetiría la primera frase. No cambiaría nada. Sin embargo, no puedo negar que lo que sentí no fue para nada agradable. ¡Pero tampoco para decir tal cosa! Por eso, como les prometí, trataré de explicar el por qué, el significado.[1]
No puedo. Tal vez necesito más tiempo.
O tal vez no sirvo para esto…no sé…Es como si[2]


[1] En los papeles originales, entre éste y el siguiente párrafo, hay frases sin terminar y tachadas.
[2] El texto se detiene aquí.



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