Como si de un vivo cuadro
se tratase, un lobo
blanco y hermoso
enloquece a la luz de la Luna.
Bebe de un arroyo de sidra
que corta el bosque.
Se trepa a los árboles de carne
para buscar la hoja más deliciosa.
No comprende por qué
han de estar en su lugar
las estrellas, pero las ama.
Y tanto las ama, que les canta
sumido en oscuridad, entre lágrimas,
como si les pidiese su mano.
Es un lobo enamorado
de la noche y silencio,
dueño del bello bosque que habita.
Baila con las flores
y se embriaga de locura grisácea.
Siente la mutilación de la vida,
y le parece divertido.
Así se pierde en el cosmos y el tiempo,
a la vez que escribe sus poemas de sangre.
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