Me parece que actualmente todo este tema de la religión ya se ha dejado de lado. Es como si fuera que ya nadie le da importancia; ya pasó. Gran parte de la gente ya se ha dado cuenta de que la opinión que pueda ofrecer la religión con respecto a determinado asunto va a estar plagado de su punto de vista divino del hombre y su correspondiente dios (a lo largo del artículo voy a usar de ejemplo la religión cristiana, pues es, como bien dice el título, la que más harta). Entonces, ¿qué más puedo decir acerca de nuestro conflicto con ella? Voy a darme el lujo de hablar por todos los que creen que la religión no puede ayudar en el desarrollo de las acciones humanas, y simplemente me dirigiré hacia los religiosos para mandarles un mensaje que espero les aclare el por qué de nuestra postura frente a Dios: ya no lo necesitamos.
La religión y la Iglesia van un paso más allá de ser sólo una creencia e institución, respectivamente: pretenden sacar su teología al exterior, y que la vida de cada individuo se integre y una a ellos. Es decir, no dejan su creencia puertas adentro, no es algo único de los que decidieron creer en eso. Van a ir hacia uno y van a tratar de convencerlos de pensar como ellos; es cierto que primeramente sólo ofrecen su creencia. Esto está bien, pues de eso se trata parte de la religión, promulgar la palabra de Dios; es decir, forma parte de sus vidas como religiosos. Si fuera yo, no lo haría. Ahora bien, ¿cuál es el mensaje de su promulgación, lisa y llana? Para esto hay que entender su mensaje: la salvación. ¿Por qué no recordamos el contexto en el cual nació la religión? Era un mundo de amos y esclavos; si nacías en ese mundo, y no eras parte de los amos, estabas condenado a una vida de tristeza y sufrimiento como esclavo. He aquí el punto fundamental: ¿qué pasaba después de eso? “¿Hay algo más aparte de ésta vida dolorosa y maldita? Sí, hay algo más. Hay un lugar en el cual se vive eternamente lleno de paz y amor. Pero en realidad se está condenado al infierno (¿posible metáfora que describe aquellos tiempos, tal vez?), y para llegar a ese magnífico lugar, hay que salvarse. La salvación promete felicidad, amor y paz, y hay que creer en ella fuertemente.” Hay veces en que necesariamente me vuelvo hacia los motivos que alguien tenga para hacer, decir y/o pensar algo, y ésta no puede ser la excepción. Debido a ese mundo de sufrimiento, me parece que la creencia de la salvación es un buen motivo para justamente creer en ella. Pero eso ha pasado hace tiempo, y creo se ha vuelto más y más innecesario estar atado a la fe y demás cosas. Quiero decir que el ser humano ha encontrado otras cosas por las cuales preocuparse y ocuparse que solamente el “deseo de algo mejor posterior a esa vida de sufrimiento”.
Pero esto no es el único contenido de la religión. Con ella van juntos los valores morales, virtudes, deberes…una forma de vida. Y desde un punto de vista un tanto inocente, la religión tiende a ser “buena” (siempre habrán críticas a estos valores, pero no es por el momento el fin de éste artículo) con su amor al prójimo y demás cosas. Pero detrás de eso hay un poder que intenta disimuladamente imponerse y así conseguir una organización social que se adecue a sus dogmas. Ha pasado el tiempo, y el ser humano se ha ido desarrollando y dando cuenta de que puede valerse de sus propias morales, de sí mismo. Pero hay un tema para ver, todavía hay gente creyente. Y lo que es más problemático de esto no es ese simple hecho, sino que la gente que tiene fe es mucha (demasiada diría yo). He aquí para mí la base del problema: no sé si actualmente será mayoría, pero un tiempo lo fue, y ya sabemos la tendencia de la religión a siempre tener como fundamento el pasado y conservarlo, como si nada hubiera cambiado a lo largo de la historia (¡se basan en eso, de hecho!). Con esto quiero decir que, ya que es demasiada la gente que cree en su Dios, hay que tratar de adecuar las cosas para que queden conformes. Y esto me sirve como pie para decir lo que tengo ganas: ¡quién les dijo que se podían meter en los asuntos de los hombres! Si ellos creen en Dios, problema suyo, pero vivimos en ésta realidad, en ésta tierra, y no me parece correcto meter a Dios y sus determinaciones en los actos del ser humano. ¿Qué me importa a mí ahora lo que vendrá después? Es cierto que la muerte me produce una especie de excitación en saber, por simple chusma, qué pasará una vez largado el último suspiro (también me produce temor y angustia; le tengo miedo a la muerte, y no quiero morir). Y hasta puedo jugar con hipótesis locas, y todo lo que eso pueda llegar a implicar. Ejemplo más claro es el arte, ese lugar en donde todo es posible, en donde la belleza puede brotar de cualquier lado (si leemos la Biblia desde ese sentido artístico, la obra toda es genial). Pero aferrarse a esas ideas y traerlas a este plano para decirle a la gente en qué pueden creer (y que encima, si se es lo suficientemente fuerte, y esa idea está bien organizada, hasta obligue a la gente a creer en eso) y así establecer un orden; no me parece realista. Y para argumentar esto les repito la pregunta: ¿qué me importa ahora lo que vendrá? Prefiero centrar mi pensamiento en ésta realidad, en ésta vida (y sobretodo partir de mí mismo, y no de algo superior del cual no tengo prueba alguna para realmente afirmar que existe; tal vez porque le guste jugar con nuestras mentes), y dejar todo lo que pasa después de la muerte para su momento. Antes tenemos cosas más importantes para hacer, y me parece una carga inútil ver el mundo desde la palabra de Dios. Ustedes lo hicieron y por siglos; causaron muertes y se mancharon con sangre inocentes por el simple hecho de no pensar como ustedes (no se preocupen, no necesito que pidan disculpas). ¿Creen que quieren más a la vida creyendo en la eternidad? Más errados no pueden estar. Su postura prácticamente desvalora la vida, hace que no valga la pena. “Nosotros somos el futuro”, dijo Bergoglio éste año durante el debate de la Ley de Matrimonio Igualitario. Para ellos el futuro no existe, todo es eterno, y al serlo se descarta el pasado y hasta presente pues no hay principio ni fin. ¡Ustedes no son el futuro; ustedes no tienen futuro! Nosotros sí, pues nuestro deseo es vivir ese futuro, y accionar de tal manera que ese futuro sea próspero y vivido realmente con amor y paz (muy utópico, lo sé).
Aquí llego a la parte más importante de éste escrito, y la que tiene que quedar grabada en sus memorias (sólo con palabras)[1]. Además de ese mensaje del que hablo, hay algo más: no pido que sean como nosotros. No les pido que abran los ojos a este mundo, pues ya los tienen abiertos, pero hacia otro lado. En efecto, no vean hacia acá, pero lo que sí les pido (y a esta altura, les exijo) es que no miren de reojo ni tanteen con sus molestos deditos nuestro lugar para luego ofenderse porque “Dios no quiere eso” (esa mano condenó alguna vez a la humanidad, no él). Su religión les dice que creer en Dios es iluminación. ¡Me parece perfecto! Porque en verdad es la luz, en este caso; podemos vivir con eso, no hay duda. Esa luz nos daña, y no queremos eso. Corran hacia sus iglesias, lean sus santas escrituras y crean en ellas, pero olvídense de nosotros. Dejen la puerta abierta, porque de tanto en tanto alguno irá para charlar con ustedes, y nada más (espero quede esto último claro). Ilumínense y hablen con Dios; déjennos en las sombras.
[1] Para entender esto, leer párrafo III del Segundo Tratado de la Genealogía de la Moral, de Friedrich Nietzsche.
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